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Culto a la personalidad: Vladimir Putin y el regreso del autoritarismo a Rusia

En la Rusia de hoy el presidente Dimitri Medvedev es el líder de jure, mientras que Putin es el poder de facto. ¿Qué hace de Putin un líder tan atractivo para los rusos? ¿Cómo llegó a ser así? Sandra Partago investiga la relación entre la personalidad de Putin y su impacto en la política rusa.

Por: Sandra Patargo Muriedas

Vladimir Putin y el regreso del autoritarismo a Rusia

En los chistes que se escuchan hoy en día en las calles de Rusia, Putin es el déspota como Yeltsin era el borracho. Uno de los más populares cuenta que el fantasma de Stalin se le aparece a Putin en un sueño. Putin aprovecha y le pide consejos para gobernar el país. Stalin le dice: “agárrate lo pantalones y mata a todos los demócratas, y después pinta el Kremlin de azul.” “¿Por qué de azul?” pregunta Putin. “¡Ha!” contesta Stalin, “sabía que no me preguntarías acerca de lo primero.”

 

Hace ya dos años que dejó de dormir en el Kremlin y, sin embargo, las riendas del poder siguen firmemente en las manos de Vladimir Putin. El actual Primer Ministro es, sin duda alguna, el poder de facto en Rusia, dejando al Presidente Medvedev, como un espectador, mirándolo desde el margen gubernamental. El pueblo ruso confirma hoy, vía las encuestas de popularidad, que su apoyo pertenece a Putin.

 

Parecería extraño, en especial desde el punto de vista de occidente, que un gobierno calificado como “una democracia híbrida de contenido autoritario,” comande tal aceptación. Basta con observar su ataque a las libertades civiles: clausura de estaciones de televisión y periódicos, encarcelamiento de empresarios que amenazaban el poder del Kremlin y el arresto de aquellos que se han atrevido a faltarle al respeto a su mandato. Para Putin, la prioridad ha sido la seguridad y estabilidad a cambio de la libertad. A pesar del aparente autoritarismo, la represión y las críticas internacionales, varias encuestas muestran que los oponentes del Kremlin dentro de Rusia son una minoría. Y si bien da la impresión de que los rusos no quieren regresar al comunismo de la era soviética. Esto tampoco quiere decir que estén dispuestos a idolatrar la democracia, los derechos humanos y las libertades occidentales. Tal parece que lo que quieren es orden. Pero ¿a caso no es de esperarse? Los rusos aman a sus zares –y otros gobernantes- autoritarios: Pedro el Grande, Alejandro III, Lenin, Stalin y hoy Putin.

 

El apoyo del pueblo ruso hacia su líder de facto parece estar bien fundamentado. En sus ocho años como presidente y tres años como primer ministro, la Rusia de Putin ha logrado promediar un crecimiento económico del 7%, así como la liquidación de la deuda. Aunque los ricos de Rusia se han vuelto más ricos, la pobreza también ha disminuido: desde el 2003 los salarios reales se han duplicado. Asimismo, durante la Segunda Guerra de Chechenia –evento que marcó la cúspide de su popularidad- logró eliminar a un gran número de guerrillas del Cáucaso. Finalmente, llevo a cabo la ratificación del tratado START II –tratado sobre la reducción de armas nucleares-. Estas dos últimas, fueron cosas que Yeltsin no pudo completar en más de siete años.

 

En el ámbito internacional, la opinión mundial, parece tampoco haber sido del todo negativa. En el 2007, Putin fue nombrado “hombre del año” por la revista Time y en el 2010 fue seleccionado como el cuarto hombre más poderoso del mundo por la revista Forbes. Políticos occidentales como Georges W. Bush, Silvio Berlusconi y Jacques Chirac le han dado el visto bueno, quizás debido a su autoproclamado “occidentalismo.” El más reciente, en su serie de éxitos, es, sin duda, el haber logrado llevar la Copa del Mundo del 2018 a su país. Rusia, bajo Putin, se ha reestablecido como una potencia respetada globalmente. Más importante aún, le ha regresado el orgullo nacional a todos sus compatriotas.

 

Los logros a nivel interno y el apoyo internacional son importantes, sin embargo, hay otro importante factor dentro de este análisis: el de su personalidad. Valerie Hudson -importante internacionalista estadounidense- sugiere voltear a ver a los líderes y sus personalidades para poder entender las políticas de sus respectivos países. Esto es sumamente práctico -y cierto- en el caso ruso. En especial porque la historia –y de alguna manera el carácter- de Putin es la de la Rusia moderna; él es el prototipo del ruso moderno.

 

En Putin, el primer rasgo notable de personalidad es la fuerza de su carácter. Esta fuerza probablemente estuvo moldeada en un principio por el sufrimiento de su familia durante la Segunda Guerra Mundial, la muerte de sus dos hermanos y posteriormente el crecer en un país comunista. Finalmente, el haber servido durante tanto años en la KGB -organismo que requería de mucha disciplina y un estoico autocontrol- terminó de afianzar la fortaleza de su carácter. Aun así, Putin ha querido demostrar que no tiene corazón de piedra; cuando Boyko Borisob, el primer ministro de Bulgaria, le regaló un cachorro, el primer ministro ruso no dudo en abrazar y besar a su nueva mascota frente a los medios, para después invitar a los mismos rusos a nombrarla. Su mensaje, durante una misa ortodoxa al comienzo del nuevo milenio fue -en sus propias palabras- uno de “amor”.

 

Paradójicamente, no es carismático, carece de sentido del humor y no busca parecer interesante. No obstante, su formalidad, su discreción y su dedicación al trabajo parecen tener más peso para sus seguidores. También es controlador, además de pragmático. Lo que más lo altera es su idea de que los estadounidenses no pueden dejar de involucrarse en los asuntos de Rusia. A pesar de esto, dice querer mantener buenas relaciones con el antiguo enemigo del Kremlin. Este pragmatismo también se ha visto reflejado al lograr fusionar un sistema que mezcla el libre mercado con un estado fuerte que mantiene el orden.

 

De acuerdo con Anna Politkovskaya – periodista que dicen fue asesinada en el 2006 a manos del gobierno de Putin por ser crítica ante su régimen- Putin es cínico, mentiroso y vengativo. Una vez se negó a leer un libro escrito por un soviético que huyó a occidente, pues, para él, había traicionado a “la madre patria.” Es patriota a morir y su amor por Rusia parece venir desde sus padres, los cuales fueron condecorados por su heroísmo durante de toma de Leningrado de 1941.

 

Putin es físicamente fuerte, tiene una cinta negra en judo y mantiene un entrenamiento diario de natación desde hace años. A pesar de medir poco más de un metro setenta, “El señor KGB” –como lo suelen llamar- refleja seguridad y fuerza. Tal obsesión con la fuerza física puede ser vista como un “contra peso” psicológico al hecho de haber visto a su padre vivir lisiado (ya que durante la Segunda Guerra Mundial una explosión le quitó ambas piernas).

 

El haber crecido en la Unión Soviética y trabajado para el régimen comunista no parece haberlo convertido en un presidente con gustos por lo sencillo o lo austero. Sin embargo, existe cierta lógica detrás de esto: durante su infancia sufrió mucha pobreza. Hoy en día, el jefe del Kremlin vive en una mansión en Moscú y se viste a la moda con trajes de diseñadores renombrados; su elegancia es innegable. Es sofisticado pero moderno, sus gustos van desde lo clásico europeo hasta algunas preferencias más contemporáneas: “Se relaja escuchando a compositores como Brahms, Mozart y Tchaikovsky. Su canción favorita de los Beatles es Yesterday.” Menciona Adi Ignatius –articulista de la revista Time-.

 

Al día de hoy está de más reiterar lo obvio: el presidente de Rusia, Dimitri Medvedev, es el líder de jure, mientras que Putin es el poder de facto. Pero quizás es aquí donde nos paremos a cuestionar qué es lo que le espera a Rusia en las elecciones del 2012 ¿Será que nos estemos preparando para ver el regreso majestuoso de Putin al “trono” del Kremlin? Las encuestas que le siguen dando un 77% de popularidad hablan por sí solas. El pueblo -orgulloso creador de las Kalashnikovs- busca justamente eso: el orgullo ruso que no se volvió a ver desde la caída de la Unión Soviética en 1991. Putin parece ser el ingrediente perfecto para la receta que los rusos tanto habían esperado. Es por eso que hoy, Vladimir Putin, parece ser “el elegido” tanto para comunistas como capitalistas; para nostálgicos de la Unión Soviética y jóvenes demócratas; cristianos ortodoxos y patriotas. Al final parece que -en palabras de Jean Meyer- “Putin le ha devuelto Rusia a los rusos” y como un zar del siglo XXI, llegó para quedarse.

 


 

Derechos Reservados © El Globalista México, 2010