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El nuebo español

En diciembre del 2010, la Asociación de Academias de la Lengua Española emitió una serie de cambios en el idioma español. ¿Qué cambió? ¿Quiénes lo ordenaron? Y, sobre todo, ¿Por qué cambió? Diego Ángeles explica la importancia de la “nueva ortografía” y sus implicaciones para la comunidad hispanoparlante..

Por: Diego Ángeles Sistac

Nuebo Español

"Señores de la RAE: no es lo mismo ‘estuve teniendo sexo sólo una hora’ que ‘estuve teniendo sexo solo una hora’. Y sé de qué hablo" – Expresa un chiste en twitter.

 

La nueva ortografía publicada por la Asociación de Academias de la Lengua Española (AALE) –institución conformada por las 22 academias de la lengua- no ha dejado de ser tema de controversia entre escritores, académicos y un buen número de hispanoparlantes desde diciembre del año pasado. ¿Y (ahora llamada “ye” y no “i griega”) es que cómo no lo va a ser? Si incluso números de la Real Academia de la Lengua (RAE) –como Pérez-Reverte y Vargas Llosa- están en desacuerdo con la nueva normatividad de la lengua española.

 

La RAE justifica la introducción de esta nueva ortografía –menciona un reporte de la Comisión Interacadémica de la RAE- para “evitar alejarse en exceso de la pronunciación” y, a su vez, “conseguir coherencia tras las transformaciones que ha sufrido el español como resultado de los extranjerismos y las modas.” Es decir -en español-: unificar las distintas vertientes hispanoparlantes mediante su simplificación, “panhispanizar.” En el mismo sentido, la Doctora Concepción Company Company -miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua (AML) y presidenta de la comisión de lexicografía de dicha academia- argumenta que “muchos de los cambios que se realizaron a la ortografía hispana, como la eliminación de los acentos en los pronombres demostrativos, eran adecuados por los reducidos contextos de ambigüedad que existían.”

 

No obstante, el proyecto panhispánico es todo menos unívoco ya que, al día de hoy, tanto la AALE como la RAE muestran varios contrastes y contradicciones. Primeramente la RAE –o el conjunto de “21 doñitas filiales del mundo hispanohablante” como diría el escritor Enrique Rivas Paniagua-no solo (ahora “sólo”, séase “únicamente” tampoco lleva acento) se muestra como recolectora del español, sino también como rectora de este (ahora “éste”, pronombre demostrativo, tampoco lleva acento), lo que también ha llevado a la pérdida de obras de compilación lingüística desligadas de la academia. En segundo lugar, muchas de las decisiones adoptadas por la AALE, para la nueva ortografía, no se dieron de manera unánime, por lo que muchos de los cambios negociados quedaron como recomendaciones y no “obligaciones.” Por último, la AALE busca disminuir las diferencias de la lógica lingüística en los distintos “españoles” pero, de igual manera, busca preservar las diferencias que componen a cada “español” -argumento ejemplificado por la reciente adición del diccionario de “mexicanismos” al español de la AML.

 

En el caso del “régimen político” que ha instaurado la RAE vale la pregunta: ¿A quién pertenece el español y sus reglas? La Doctora Company responde: “El uso es el que manda, la AALE solo describe.” Es claro que el papel de la AALE –y sus respectivas sedes- es importante y muy beneficioso para el mundo hispanohablante. Sin embargo, que esta institución se reúna para votar normas lingüísticas -en esta ocasión su simplificación- atenta contra la idea de la pura “descripción.” En realidad, la lengua, como otra parte de un definido imaginario colectivo (i.e. cultura), está en constante cambio y la simplificación de sus reglas para unificarla, suena, más o menos, a querer hacer de los escamoles y el caviar un mismo plato para simplificar la gastronomía.

 

Aunado a lo anterior, el carácter de la AALE -como única institución reguladora del español- ha obligado a los lingüistas y autores que no comparten lazos con alguna academia de la lengua y que desean hacer una recopilación del español, -como es el caso de Camilo José Cela y su Diccionario Secreto- a pertenecer a un limbo lingüístico, olvidados por el hispanoparlante.

 

Por otro lado, ni la aristocracia lingüística de la RAE ni el conjunto de academias que conforman la AALE están de acuerdo con sus propios decretos pues, tanto Mario Vargas Llosa –último ganador del premio Nobel de literatura- como Arturo Pérez-Reverte, se han manifestado en contra de las nuevas reglas de ortografía; este último llegó a sentenciar, a través de Twitter -deseoso de una transición poliárquica del régimen raeísta-: “Seguiré escribiendo Qatar e Iraq, de momento. También Y griega, sólo y guión. Hasta que el uso general, o sea, ustedes, me haga rectificar.” Así mismo, Gabriel García Márquez llegó a afirmar -durante un congreso de la lengua en Zacatecas hace aproximadamente una década- que la ortografía era prescindible.

 

Sin embargo, ¡ojalá (del árabe in sh’a allah, “si Dios quiere”) los insurrectos lingüísticos solo se quedaran dentro de la RAE! Esto porque, durante la negociación de la nueva ortografía, muchas de las normativas quedaron únicamente como “recomendaciones” debido a la falta de unanimidad en las votaciones (cabe resaltar que la Academia Mexicana de la Lengua se opuso a quitarle el acento a “sólo”). Si los miembros más representativos de la RAE y sus representaciones nacionales, están en desacuerdo sobre la nueva ortografía, es una muestra –que no se debe ignorar- de que la lengua hispana no debe ser normada como lo está siendo actualmente.

 

La última contradicción que expone AALE es su intento de simplificar la lengua hispana pero, al mismo tiempo, propiciar la creación de compilados lingüísticos singulares de los países de habla hispana, como los diccionarios de “mexicanismos”, “chilenismos” y “americanismos.” La existencia de particularismos lingüísticos no va de la mano con la simplificación de la lengua, a menos de que se busque universalizar el sentido de las palabras “güey” o “fúchila” en “españoles” no mexicanos, lo cual tampoco entraría en la definición de “simplificar” (Simplificar. v. tr. Hacer más sencilla una cosa. DRAE).

 

La AALE y sus academias han sido por muchos años los rectores de facto de la lengua hispana (desde el siglo XVIII en el caso de la RAE) nos guste o no, y su regencia nos ha traído “buenas” y “malas.” Las malas: la pérdida de lingüistas desligados de la AALE o alguna de sus academias y, también, las contradicciones que han surgido como resultado de sus funciones normativas. Las buenas: -en palabras de la doctora Company- “el español, actualmente, tiene una menor variación gráfica que otras lenguas como el inglés, idioma que, a su vez, cuenta con 150 millones de hablantes nativos menos que los del español,” lo que hace del español una de las lenguas más y mejor codificadas del mundo.

 

Por su lado, el autor de este artículo dirá, como diría Mario Vargas Llosa: “yo nunca podré decir ‘ye’, que me perdonen los académicos. ¡Y que se ponga acento en sólo!”

 


 

Derechos Reservados © El Globalista México, 2010